Me debía una persona muy querida: “yo no he ido a la escuela; mi universidad es la vida de la que he aprendido a vivir, a defenderme y a afrontar los problemas que a diario se me presentan. La vida me enseña cada día que solo vale la pena vivir haciendo el bien, de forma que cuando salgo a la calle, todo el mundo me saluda y se alegra de encontrarme.
Yo también comulgo con esta afirmación
que me ayuda a vivir y a tomar conciencia del camino que voy haciendo y de los
pasos que voy dando.
Así, con los años voy aprendiendo a
relativizar muchas cosas:
Cada vez me gusta menos y me resulta más
difícil tolerar el sentir que estoy siendo un disgusto pesado para alguien, por
eso, cuando veo que no se sienten bien con mi presencia, procuro no molestar y
dejo que cada uno haga su vida; no le doy el gusto, ni siquiera de odiar o
despreciar a quien no me soporta, pues tengo muy claro que cada uno tiene los
mismos derechos que yo y cada uno puede elegir su gente, el que no me elijan a
mí, no es motivo para que yo me haga un problema, por otro lado, tengo muy
claro que hay gente que no merece una lágrima mía, ni que yo gaste un mgr. de
adrenalina.
Cada vez me preocupa menos el caerle
bien a todo el mundo, ni tener una imagen cuidada, más bien prefiero sentirme a
gusto conmigo mismo, pues entiendo que no estoy para complacer a todos;
comprendo que habrá gente a la que le caigo bien y otros a quienes le he de
caer antipático y desagradable, es normal, porque cada persona tiene derecho a
sus gustos.
No me gusta pertenecer a ningún círculo
social en el que no me sienta bien, y que yo vea también que se sienten a gusto
conmigo.
Mi amistad no se la doy a cualquiera: he
aprendido que no todos se la merecen y también veo que tampoco la desean ni la
aprecian, por tanto, es mejor dejar marchar a quien no se siente bien a tu lado
y no obligar a nadie a quedarse contigo.
La verdadera amistad no la rompen la
distancia ni el tiempo, más bien la asientan y la consolidan, como ocurre con el
vino, con el paso de los años se hace cada vez más auténtica.
A medida que pasa el tiempo, te das
cuenta que es mejor la calidad que la cantidad, pues la amistad verdadera la
tienes siempre abierta y dispuesta en el momento que la necesitas.
Con el tiempo te vas dando cuenta que
solo Dios es el único que te mantiene en paz contigo mismo y con la vida; lo
más importante que te puede ocurrir es que no tengas nada de qué arrepentirte y
te sientas feliz haciendo el bien y disfrutando al ver que son felices aquellos
a quienes se lo haces.
Me doy cuenta que la soledad no tiene
sentido, a no ser que solo pienses en ti y creas que todos han de estar
pendientes de ti; la soledad es un signo de cerrazón en el pozo de tu vida, en
el que te puedes ahogar, si permaneces mucho tiempo cerrado; se trata de ir
sacando toda el agua que llevas dentro para que la disfruten los que te rodean
y la alegría de los demás se convierte en tu mayor gozo.
Cada día, al pensar en mí, me doy cuenta
que la gente va intentando lidiar con sus propios problemas y muchas veces,
cuando no es capaz de solucionarlos, los proyecta en los demás y los culpa de
su propia insatisfacción, de ahí que observe que hay personas que les molesta
que yo esté tranquilo y me culpan de su propio problema y me acusan de eso mismo
que a ellos les hace infelices; ya lo expresa el dicho popular: las cosas
adquieren el color del cristal con que las miro.
He
vivido una vida fascinante; no tendría palabras ni sabría qué hacer para
agradecer a Dios; me he equivocado muchas veces, he metido la pata, he pedido
perdón y con eso he experimentado que no soy ni más ni menos ni mejor ni peor,
simplemente soy humano y me he quedado sin respuesta al ver cómo se fue
solucionando aquello que yo creí una montaña que me aplastaría; con lo que no
puedo evitar confesar mi fe en el Espíritu Santo que ha sido el que ha salido muchas
veces al frente para resolver lo que yo había desbaratado. También he vivido cosas maravillosas, pero
todo eso me hace sentirme seguro de que no estoy solo y no me puedo venir abajo
ante nada. La vida tengo que mirarla hacia adelante, pensando que cada día es
una nueva posibilidad que Dios me da.
No puedo ir por la vida como los
cangrejos: mirando atrás lamentándome de lo que fui y ya no soy, ni de lo que
pude ser y dejé escapar la oportunidad; la vida hay que ir viviendo a tope el
regalo del momento que Dios te hace de cada mañana que te levantas.
El recuerdo del pasado es para
agradecer, para saborear, para sentirte feliz, para pedir perdón por aquello
que te equivocaste, para estar atentos y no tropezar en la misma piedra... No
puedo encerrarme y estancarme en el
recuerdo de la persona que quise y se fue, tengo que dar gracias a Dios por el
regalo que me hizo de ponerla a mi lado y disfrutar de su presencia,
enseñándome a hacer que mi vida sirva de
alegría para quien me encuentre en el camino. Tampoco puedo perder el tiempo
por la decepción que me llevé al poner toda mi confianza en alguien que
consideré persona digna de mi confianza y me defraudó; pienso que más perdió
ella al no poder contar conmigo.
Cada día me convenzo más que la vida es
como un río, el agua que pasa y te moja no vuelve más, los momentos, las
oportunidades, los detalles… la belleza de la vida está en todo eso pequeño y sutil
como el agua, si lo dejo que pase y no me dejo mojar, la vida pasará sin que la
viva; por eso, creo que no es buena actitud el dejar para mañana lo que debo
disfrutar haciéndolo hoy: No creo que sea correcto eso de: “mañana veo qué hago”,
“qué digo”… porque los grandes momentos de hoy pasarán para siempre y no los
volveré a tener y es probable que me pierda lo mejor de mi vida.
La vida es una batalla que hay que
pelear, pero tiene infinidad de caras desde donde la puedo mirar y enfrentar:
puedo enfrentarla como un castigo y me sentiré como un esclavo al que atormentan
con un trabajo forzado, con lo que la vida no merecerá la pena vivirla.
Puedo vivirla también con la agonía de
aumentar la riqueza, porque considero que la grandeza de una persona está en
tener mucho dinero y nunca me veo harto, ni considero que ya tengo bastante,
pues entiendo que el éxito de mi vida está en la gran cantidad de dinero que
voy acumulando.
Puedo vivir la vida como el gran regalo
que Dios me da para que coopere con Él creando un mundo mejor, haciendo el
trabajo como la expresión de mi grandeza y mi capacidad de servicio, con lo que
me siento que soy útil y válido, que no soy un trasto inútil que lo único que
hace es estorbar, disfrutando con lo que hago, de forma que el que se siente
servido por mí, entiende que ha recibido un regalo y se siente feliz.
Nos dice el libro del Génesis que cuando
Dios hizo la creación se paró a mirar y vio que lo que había hecho estaba
perfecto y era muy bueno. Esa es la gran satisfacción del hombre que se siente
útil y libre.
Veo cómo sienta mal el que haya gente
que tenga sueños, ideales, esperanzas… pues no se tolera el que haya alguien
que pueda sobresalir y ser diferente, o sea: ellos te marcan cómo tienes que
ser libre de acuerdo a lo que han establecido y no como realmente te sientes
tú.
Veo por mi propia experiencia que el
equivocarte es humano, pero el rectificar es de sabios y de hombres grandes; de
la misma manera que, el empecinarse en el error por no dar el brazo a torcer,
es la estupidez más grande y el gesto más ridículo que puede cometer el ser
humano.
Cada vez me siento más libre con
respecto al dinero y no es que piense que es algo sin importancia, estaría loco
si lo pienso así, pero creo que no es lo más importante de la vida: ciertamente
es una ayuda para solucionar algunos problemas, pero hay otros muchos, los más
importantes, en los que el dinero se convierte en un obstáculo: el amor no se
puede comprar y si en él entra el dinero, con frecuencia se convierte en
prostitución que no se refiere solo al sexo, sino a todo aquello por lo que la
persona se vende para conseguir dinero.
El dinero suele dañar el ambiente cuando
lo que hacíamos se sostenía en la solidaridad y en el afecto de tal manera que
nos sentíamos felices con lo que hacíamos y reinaba la alegría y la
fraternidad, pero llegó el dinero y rápidamente entró la envidia, los recelos,
y hasta el protagonismo y es que con el dinero no podemos comprar la felicidad.
Recuerdo alguien que me mostraba la gran
mansión que se había hecho; tenía todo resguardado con plásticos y piezas de
tela… cuando me enseñó el cuarto de aseo me dice: “Gracias a Dios no lo hemos
tenido que utilizar todavía”. Con el dinero se compró una mansión para
aparentar grandeza, pero con el dinero no se puede comprar el calor y la
familiaridad del hogar.
Hay gente que, incluso, alardean del
entierro que pagaron con el ataúd más costoso y una misa con el mismo obispo,
pero con el dinero no se puede comprar la paz de la resurrección.
El dinero te sirve para comprar millones
de flores, pero no puedes comprar la primavera y la belleza de la naturaleza
como tampoco la sonrisa de un niño.
Después de todos los años de vida que
llevo atravesados, veo que los fracasos, las equivocaciones que he cometido, me
han enseñado que es inútil y estúpido exponerte gratuitamente para que te den
golpes que no te van a llevar a ningún sitio, con lo que constato de una actualidad enorme el dicho de Jesús: “Sed astutos como serpientes y sencillos
como palomas”
Me miro al espejo y cada vez constato mi
pelo más blanco y las arrugas que me salen en mi rostro, pero cada vez me
preocupan menos, lo que no quiero es que se me arrugue el corazón ni la ilusión
por vivir.
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