sábado, 29 de enero de 2022

LA UNIVERSIDAD DE LA VIDA -Melitón Bruque

         Me debía una persona muy querida: “yo no he ido a la escuela; mi universidad es la vida de la que he aprendido a vivir, a defenderme y a afrontar los problemas que a diario se me presentan. La vida me enseña cada día que solo vale la pena vivir haciendo el bien, de forma que cuando salgo a la calle, todo el mundo me saluda y se alegra de encontrarme.

        Yo también comulgo con esta afirmación que me ayuda a vivir y a tomar conciencia del camino que voy haciendo y de los pasos que voy dando.

        Así, con los años voy aprendiendo a relativizar muchas cosas:

        Cada vez me gusta menos y me resulta más difícil tolerar el sentir que estoy siendo un disgusto pesado para alguien, por eso, cuando veo que no se sienten bien con mi presencia, procuro no molestar y dejo que cada uno haga su vida; no le doy el gusto, ni siquiera de odiar o despreciar a quien no me soporta, pues tengo muy claro que cada uno tiene los mismos derechos que yo y cada uno puede elegir su gente, el que no me elijan a mí, no es motivo para que yo me haga un problema, por otro lado, tengo muy claro que hay gente que no merece una lágrima mía, ni que yo gaste un mgr. de adrenalina.

        Cada vez me preocupa menos el caerle bien a todo el mundo, ni tener una imagen cuidada, más bien prefiero sentirme a gusto conmigo mismo, pues entiendo que no estoy para complacer a todos; comprendo que habrá gente a la que le caigo bien y otros a quienes le he de caer antipático y desagradable, es normal, porque cada persona tiene derecho a sus gustos.   

        No me gusta pertenecer a ningún círculo social en el que no me sienta bien, y que yo vea también que se sienten a gusto conmigo.

        Mi amistad no se la doy a cualquiera: he aprendido que no todos se la merecen y también veo que tampoco la desean ni la aprecian, por tanto, es mejor dejar marchar a quien no se siente bien a tu lado y no obligar a nadie a quedarse contigo.

        La verdadera amistad no la rompen la distancia ni el tiempo, más bien la asientan y la consolidan, como ocurre con el vino, con el paso de los años se hace cada vez más  auténtica.

        A medida que pasa el tiempo, te das cuenta que es mejor la calidad que la cantidad, pues la amistad verdadera la tienes siempre abierta y dispuesta en el momento que la necesitas.

        Con el tiempo te vas dando cuenta que solo Dios es el único que te mantiene en paz contigo mismo y con la vida; lo más importante que te puede ocurrir es que no tengas nada de qué arrepentirte y te sientas feliz haciendo el bien y disfrutando al ver que son felices aquellos a quienes se lo haces.

        Me doy cuenta que la soledad no tiene sentido, a no ser que solo pienses en ti y creas que todos han de estar pendientes de ti; la soledad es un signo de cerrazón en el pozo de tu vida, en el que te puedes ahogar, si permaneces mucho tiempo cerrado; se trata de ir sacando toda el agua que llevas dentro para que la disfruten los que te rodean y la alegría de los demás se convierte en tu mayor gozo.

        Cada día, al pensar en mí, me doy cuenta que la gente va intentando lidiar con sus propios problemas y muchas veces, cuando no es capaz de solucionarlos, los proyecta en los demás y los culpa de su propia insatisfacción, de ahí que observe que hay personas que les molesta que yo esté tranquilo y me culpan de su propio problema y me acusan de eso mismo que a ellos les hace infelices; ya lo expresa el dicho popular: las cosas adquieren el color del cristal con que las miro.

        He vivido una vida fascinante; no tendría palabras ni sabría qué hacer para agradecer a Dios; me he equivocado muchas veces, he metido la pata, he pedido perdón y con eso he experimentado que no soy ni más ni menos ni mejor ni peor, simplemente soy humano y me he quedado sin respuesta al ver cómo se fue solucionando aquello que yo creí una montaña que me aplastaría; con lo que no puedo evitar confesar mi fe en el Espíritu Santo que ha sido el que ha salido muchas veces al frente para resolver lo que yo había desbaratado.      También he vivido cosas maravillosas, pero todo eso me hace sentirme seguro de que no estoy solo y no me puedo venir abajo ante nada. La vida tengo que mirarla hacia adelante, pensando que cada día es una nueva posibilidad que Dios me da.

        No puedo ir por la vida como los cangrejos: mirando atrás lamentándome de lo que fui y ya no soy, ni de lo que pude ser y dejé escapar la oportunidad; la vida hay que ir viviendo a tope el regalo del momento que Dios te hace de cada mañana que te levantas.

        El recuerdo del pasado es para agradecer, para saborear, para sentirte feliz, para pedir perdón por aquello que te equivocaste, para estar atentos y no tropezar en la misma piedra... No puedo encerrarme  y estancarme en el recuerdo de la persona que quise y se fue, tengo que dar gracias a Dios por el regalo que me hizo de ponerla a mi lado y disfrutar de su presencia, enseñándome a hacer que mi vida  sirva de alegría para quien me encuentre en el camino. Tampoco puedo perder el tiempo por la decepción que me llevé al poner toda mi confianza en alguien que consideré persona digna de mi confianza y me defraudó; pienso que más perdió ella al no poder contar conmigo.       

        Cada día me convenzo más que la vida es como un río, el agua que pasa y te moja no vuelve más, los momentos, las oportunidades, los detalles… la belleza de la vida está en todo eso pequeño y sutil como el agua, si lo dejo que pase y no me dejo mojar, la vida pasará sin que la viva; por eso, creo que no es buena actitud el dejar para mañana lo que debo disfrutar haciéndolo hoy: No creo que sea correcto eso de: “mañana veo qué hago”, “qué digo”… porque los grandes momentos de hoy pasarán para siempre y no los volveré a tener y es probable que me pierda lo mejor de mi vida.

        La vida es una batalla que hay que pelear, pero tiene infinidad de caras desde donde la puedo mirar y enfrentar: puedo enfrentarla como un castigo y me sentiré como un esclavo al que atormentan con un trabajo forzado, con lo que la vida no merecerá la pena vivirla.

        Puedo vivirla también con la agonía de aumentar la riqueza, porque considero que la grandeza de una persona está en tener mucho dinero y nunca me veo harto, ni considero que ya tengo bastante, pues entiendo que el éxito de mi vida está en la gran cantidad de dinero que voy acumulando.

        Puedo vivir la vida como el gran regalo que Dios me da para que coopere con Él creando un mundo mejor, haciendo el trabajo como la expresión de mi grandeza y mi capacidad de servicio, con lo que me siento que soy útil y válido, que no soy un trasto inútil que lo único que hace es estorbar, disfrutando con lo que hago, de forma que el que se siente servido por mí, entiende que ha recibido un regalo y se siente feliz.

        Nos dice el libro del Génesis que cuando Dios hizo la creación se paró a mirar y vio que lo que había hecho estaba perfecto y era muy bueno. Esa es la gran satisfacción del hombre que se siente útil y libre.

        Veo cómo sienta mal el que haya gente que tenga sueños, ideales, esperanzas… pues no se tolera el que haya alguien que pueda sobresalir y ser diferente, o sea: ellos te marcan cómo tienes que ser libre de acuerdo a lo que han establecido y no como realmente te sientes tú.

        Veo por mi propia experiencia que el equivocarte es humano, pero el rectificar es de sabios y de hombres grandes; de la misma manera que, el empecinarse en el error por no dar el brazo a torcer, es la estupidez más grande y el gesto más ridículo que puede cometer el ser humano.

        Cada vez me siento más libre con respecto al dinero y no es que piense que es algo sin importancia, estaría loco si lo pienso así, pero creo que no es lo más importante de la vida: ciertamente es una ayuda para solucionar algunos problemas, pero hay otros muchos, los más importantes, en los que el dinero se convierte en un obstáculo: el amor no se puede comprar y si en él entra el dinero, con frecuencia se convierte en prostitución que no se refiere solo al sexo, sino a todo aquello por lo que la persona se vende para conseguir dinero.

        El dinero suele dañar el ambiente cuando lo que hacíamos se sostenía en la solidaridad y en el afecto de tal manera que nos sentíamos felices con lo que hacíamos y reinaba la alegría y la fraternidad, pero llegó el dinero y rápidamente entró la envidia, los recelos, y hasta el protagonismo y es que con el dinero no podemos comprar la felicidad.

        Recuerdo alguien que me mostraba la gran mansión que se había hecho; tenía todo resguardado con plásticos y piezas de tela… cuando me enseñó el cuarto de aseo me dice: “Gracias a Dios no lo hemos tenido que utilizar todavía”. Con el dinero se compró una mansión para aparentar grandeza, pero con el dinero no se puede comprar el calor y la familiaridad del hogar.

        Hay gente que, incluso, alardean del entierro que pagaron con el ataúd más costoso y una misa con el mismo obispo, pero con el dinero no se puede comprar la paz de la resurrección.

        El dinero te sirve para comprar millones de flores, pero no puedes comprar la primavera y la belleza de la naturaleza como tampoco la sonrisa de un niño.

        Después de todos los años de vida que llevo atravesados, veo que los fracasos, las equivocaciones que he cometido, me han enseñado que es inútil y estúpido exponerte gratuitamente para que te den golpes que no te van a llevar a ningún sitio, con lo que constato de una  actualidad enorme el dicho de Jesús: “Sed astutos como serpientes y sencillos como palomas”

        Me miro al espejo y cada vez constato mi pelo más blanco y las arrugas que me salen en mi rostro, pero cada vez me preocupan menos, lo que no quiero es que se me arrugue el corazón ni la ilusión por vivir.